Literario

lunes, 23 de diciembre de 2013

José María el Indio Mártinez y Raul el Pulgas Montoya




Dicen que en el país existe un ley que protege a los comensales en contra del restaurantero o del taquero, supuestamente ésta inmuniza ante cualquier acción o penalidad por consumir alimento en alguno de estos establecimientos y al final no cubrir la cuenta por falta de recursos.
Al principio de los años setentas muchos nos fuimos a la gran ciudad de México DF con el fin de formarnos como profesionales. Éramos muchos los sinaloenses que pernoctábamos en la colonia Santa María la Rivera dada la cercanía con las instalaciones del Instituto Politécnico Nacional o IPN predominaban los burros blancos.
Otros estábamos matriculados en la Universidad Nacional Autónoma de México o  UNAM también estábamos en esta zona ya que dado el gran número de paisanos se nos hacia menos hostil la estancia que en otras demarcaciones del DF, lo cierto es que me quedaba lejos la Ciudad Universitaria, sin embargo  nos sentíamos como en casa, como si estuviéramos en Sinaloa.
En este lugar habitaban dos estudiantes que dejaron Costa Rica, uno buscaba ser médico y el otro economista. En aquellos entonces hacía mucha hambre en la comunidad estudiantil pobre, creo que casi nunca nos abandonaba, los motivos muchos; entre otros la mala administración de la mesada y por otro lo poco que representaban estos dineros frente a los compromisos de vivienda, trasporte, ropa y alimentación.
Ese día al pulgas y al Indio les  gruñían  más que de costumbre las tripas por lo que decidieron hacer "Pisa y Corre" en alguna de los múltiples taquerías de las calles aledañas a la Alameda que en su centro tiene un hermoso quiosco morisco, para ello escogieron uno donde la carne parecía más suculenta, se sentaron, pidieron la carta, seleccionaron en menú y enseguida ordenaron tacos de suadero, longaniza, buche, tripa con su respectivo refresco de cola para bajarlos, cuando estuvieron satisfechos, esperaron con paciencia el mejor momento para correr. Se trataba de no pagar lo consumido.
Se descuidaron los comerciantes dada la gran afluencia de gente alimentándose, dieron la señal de retirada, pero el Indio que era atrevido disminuyó la velocidad al pasar junto al comal y tomó un trozo de tasajo que estaba en punto de comerse, seguramente pensó en cenárselo en compañía de su compadre Pulgas esa misma noche.
Se lo dió como cuando los corredores olímpicos de relevos 4 x 100 metros se pasan la estafeta, aunque el pedazo de carne estaba hirviendo no le importó al estudiante de economía, inmediatamente se lo colocó  bajo la chamarra Levis que portaba para protegerse del frío que calaba en esos momentos, apresuró la carrera.
Los comerciantes se percataron del hurto y siguieron al que llevaba el bulto bajo la ropa. Éste aceleraba tratando de librarse de la persecución, José María, se fue en sentido contrario al de su amigo, al ver que no era el objetivo de los taqueros se detuvo para darse cuenta lo que pasaba con su colega que se miraba lento y cansado por lo copioso de los alimentos que minutos antes había degustado.
En las ciudades, muchas personas hacen montículos lisos con el fin de vencer el desnivel que se da entre la guarnición de la calle y la cochera de la casa, ésta elevación les sirve para subir cómodamente sus vehículos y para que luzca los forran de azulejos lo que los convierte realmente en una pista de patinaje.
En uno de tantos resbaló el Pulgas que dió con su escurrida humanidad contra el mosaico cayéndole casi en los pies a los comerciantes de carne que se dieron gusto pateándole, lo dejaron hasta que vomitó lo que recién había engullido y de paso le decomisaron el tasajo. Momentos después se retiraron y el Indio regresó para el recuento de  daños que sufrió su compañero, maltrecho se lo llevó al cuarto que compartían con el Loretón Favela.
Ignoro si en ese tiempo existía la ley que opera en favor de los clientes sin dinero o si ya estaba, seguramente los taqueros la desconocían pero en lo que respecta al Pulgas no lo protegió; recuerdo que durante una semana no ingirió alimento masticado ya que no podía abrir la boca y además se quejaba de intensos dolores que le aguijoneaban todo el cuerpo producto de la golpiza que con saña inusual le propinaron los chilangos.
                              Dr. Nicolás Avilés González
 









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