Literario

sábado, 21 de abril de 2012


 
                            EL ANILLO DE DON ELEAZAR



-Vaya que han cambiado las cosas en eso de los velorios, hijo, antes los velaban en la casa del finado y aunque la gente prefería morirse en casa, a veces esto no sucedía, entonces el cuerpo era traído desde donde estuviera. Cuando la persona fallecía, inmediatamente le colocaban un pañuelo colorado que iba desde la mandíbula hasta la cabeza, esto con objeto de que la boca no le quedara abierta. Mientras esto sucedía, otra persona le mantenía cerrado los ojos hasta que el muerto se enduraba; se hacía para que el gesto no le quedara desagradable al que lo viera. Antes no había servicios funerarios por lo que los velorios se hacían en la casa del muerto.
El arreglo del cadáver, si pertenecía a una dama por supuesto que la preparación le correspondía a una mujer, ya fuera hija, hermana, vecina, madre o abuela. Y consistía en limpiarla con un trapo húmedo y ya seca la cara se la retocaban con polvo de Arroz para que no se notara el pálido que da la muerte, enseguida le pintaban los labios con colorete. La vestían con el mejor ajuar. Luego la colocaban en el catre que estaba siempre en la sala o en el cuarto principal y, ahí permanecia hasta que el carpintero terminaba la caja donde lo depositaban para terminar la velada.
Si el difunto era varón, la cosa era diferente, ya que podía ser asistido por su mujer, sus hijos varones o hembras, la vecina e incluso la comadre; también le colocaban el trapo que parecía torniquete y le cerraban los ojos, luego lo rasuraban, le lavaban la cara y lo vestían con sus mejores "garras", calcetines y zapatos de preferencia nuevos. Más tarde llegaban las rezadoras no se donde e iniciaban con sus letanías que eran más largas que la cuaresma; mismas que provocaban llantos desgarradores de los allegados. Ahora hasta en eso están cambiadas las cosas, ya casi ni llora la gente.
Las flores, el olor a sudor rancio de las gentes y el sebo de las velas hacían un ambiente irrespirable que te daban ganas de vomitar. La tina repleta de hielo que se ponía debajo del catre no podía faltar, ya que dado el sol rencoroso de sinaloa  facilmente se descomponía la carne. Allá por la madrugada sacaban platos de menudo caliente, tamales, café, los cigarros y el trago eran obligados para aguantar la velada. Si hijo, ahora ya todo cambio, ahora se hacen en las funerarias, todo es lujoso, las cajas ya no son de pino, son metálicas y muy caras. A los finados los presentan maquillados que parece que ni están muertos, ya no está la tina de hielo porque a los cuerpos les sacan los dentros y las salas están refrigeradas y tan iluminadas como los circos que llegan al pueblo, tampoco apesta a cebo ya que las veladoras son eléctricas. Ya todo cambio de eso no hay duda.
-Todo lo que dices es cierto Padre, lo comprobé hace días que velamos a Don Eleazar Beltrán en la Funeraria "Rosales", ah, por cierto ahí paso algo que me pareció muy desagradable.
-¿Dices que velaron a Eleazar Beltrán, el agiotista de mierda del otro lado de la vía?
-El mismo Apá
-¿Lo mataron?
-No, creo que murió de muerte natural
-¡Vaya, vaya ya no va a fregar gente!
-Oigo como que no era santo de tu devoción
-Desde luego que no y tengo mis razones ¿recuerdas que ese fulano era tacaño, presumido y lamido?
-Pues es la fama que corrió en Costa Rica, decían que prestaba dinero a los productores de caña y que les cobraba intereses caros
-Eso, ah, pues a mi padre le presto una bicoca, pero con los intereses aquello se convirtió en una bola de nieve y mi pobre viejo no pudo pagarle y terminó quedandose con la parcela de tu abuelo.
-¿Así era de langaro?
-Si, pero además de bandido era fayuco y tenia sangre de cochi, a todos nos caía mal y más cuando presumía su anillo de brillantes que nunca se lo quitaba, pensaba que no se le iba a acabar la vida
-¿Lo mostraba mucho?
-Si, hijo, ese hombre era muy volado, olvidó que en la tumba nos emparejamos todos.
-Eso es todo, no hay más verdad de esa, papá
.Ah, ¿dime que fue lo desagradable en ese velorio?
-Pues mire, allá a la media noche el Joaquín se acordó precisamente del anillo de su padre y les preguntó a sus hermanos si alguien lo tenía. Se miraron las caras como preguntándose unos a otros quien se lo había quitado y al final dijeron todos que nadie lo había hecho. Enseguida le llamo a uno de los trabajadores y le dijo que con mucha discreción viera si su padre tenía el anillo blanco en algún dedo de su mano izquierda. Más tarde lo miraron de nuevo y le preguntaron si lo tenía y dijo que si.
 Después de confirmar el dato, el Joaquín les preguntó que harían; quitárselo o no. Hubo desincomodo, el Mateo y la Martina pelearon para que se lo dejaran, dijeron que era de su padre y ese había sido su orgullo, que se fuera con el; los otros tres hermanos y el Joaquín decidieron retirarselo. De nuevo llamaron al empleado y le indicaron que les trajera el anillo, se fue, no sin antes decirles que más tarde regresaría con el en la mano.
La noche avanzaba y la gente se empezó  retirar, sólo quedamos unos cuantos y, como siempre las platicas eran las de todos los velorios; espantos, tesoros, valentonadas, bribonadas y mitotes del pueblo. Esa noche no podían faltar. Horas después apareció de nuevo el joven y el Joaquín le pidió la joya y le dijo que no había podido sacársela. Don Eleazar había engordado antes de morir y dijo que el anillo estaba encarnado. El Joaquín le preguntó si le había puesto jabón y contestó que hasta manteca y no había podido.
La Martina y el Mateo se metieron y les dijeron que aquello era una señal de Dios, que él quería que su papá se lo llevara al cielo donde seguramente lo esperarían, que se lo dejaran. El Joaquín les contestó que que cielo ni que nada, que sino se acordaban que su papá era muy tragón, agarrado y centavero. Y que además era avariento y soberbio, y les dijo esos no se van al cielo que del barrial no pasaban
-De plano no se lo querían dejar, hijo
-No, luego le dijo tu trailo a como de lugar y el plebe le contestó, pues tengo que mocharle el dedo y el Joaquín de nuevo le dijo tu trailo, cuando escucharon el Mateo y la Martina dijeron que no lo permitiera Dios ya que los muertos que van incompletos no los reciben en el cielo y que por un anillo su papá no iba a perder la gloria. El Marcelo Beltrán dijo al joven, ya oíste al Joaquín tu trailo. No se diga más contestó y se fue. Más tarde me toco ver que se los entregaba limpio, brilloso en las manos del Joaquín
-Pues pa'que son pasiones si al cabo el amor... Dijo Tiburcio Elenes
-Así es papá, Don Eleazar se fue sin su orgullo, sin su dedo y perdió hasta el cielo. No cabe duda que las cosas están cambiadas en esto de los velorios, ahora los muertos no se llevan nada. Aseguró el Venancio Elenes.



                      Dr. Nicolás Avilés González

jueves, 5 de abril de 2012




       LA HERENCIA DE DON CAMILO OCHOA

Un día de tantos se murió Camilo Ochoa, se fue aunque nunca lo quiso, ya ve como es eso de la muerte casi siempre sucede aunque uno no la espere, se da en el momento en que menos uno quiere. Era un hombre fuerte, forjado en el arado, entre las espinas del campo y los terribles calores del verano en sinaloa. De dedico a eso; a la crianza de ganado y al de su familia y el día que menos penso se lo llevó la muerte. Antes estuvó cerca pero nunca lo alcanzó; la canícula en nuestro Estado juega malas bromas, y a veces te va la vida, la gente nunca se repone del todo de desgaste físico y de las mortandades de ganado por la sequia, aún así, por la tenacidad siguen adelante esperando siempre tiempos mejores.
Camilo se pasaba arriando el ganado, buscando veneros por la calurosa campiña sinaloense. Superó mortandades de ganado y en el último estiaje casi le cuesta quedarse sin ellas. Dicen que desde allí le empezó la malaria. Era tesonero en eso del trabajo, es por eso que no pensaba en la muerte y por su manera de trabajar sin descanso y de cuidar los dineros le permitieron soportar todas las borrascas económicas y llego a ser un hombre acaudalado.
Condujó con firmeza al ganado y a su familia para que fueran hombres de bien y para que le ayudaran les enseñó las labores del campo. fueron ellos los que vinieron a aliviarle la carga que hay en un rancho ganadero.
Desde pequeños puso obligaciones a cada uno de ellos, a los grandes el arado y  a los pequeños pastorear el ganado y además a vender leche, queso, requesón y cuajadas que hacían las delicias en las loncheras de los obreros del ingenio azucarero.
El tiempo transcurría e irremediablemente Don Camilo se hacia cada vez más viejo, perdía la fuerza que siempre le caracterizo y, cuando se le vinieron los años encima fue abandonando una a una las faenas para ceder el control a sus hijos mayores.
No paso mucho tiempo cuando aquel hombre de piedra ya no salio de su recámara y en los últimos meses antes de su muerte se la paso encerrado, realmente se sentía enfermo y, cuando se dio cuenta que la cosa era grave reunió a sus hijos y desde su lecho de enfermo les repartió de palabra los bienes que con tanto esfuerzo había construidó, después hizo traer al Notario y lo firmó
En la mañana que falleció hacia un calor especial, a lo lejos se veía que se elevaban los revervedeos del sol hacia el cielo y dificilmente podías sostener la mirada ya que por lo intenso te encandilaba. Había escasos tordos y cantaban algunas tórtolas que no se espantaban con el calor infame por lo que continuaban con su interminable Cu,Cu, Cu. No hubo sorpresa, lo esperaban, siempre tuvo la precaución de no ser injusto con ninguno, lo partió todo en casi partes iguales. Los quería a todos de la misma manera. El velorio y el entierro fue como todos, no hubo nada  especial; llantos, lamentos, resignacion, café, cigarros y Menudo caliente por la noche, el día siguiente el entierro y los novenarios. Pasando estas ceremonias se reunieron los cinco hijos de Don Camilo ante Notario, cada uno tomó posesión oficial de la parte que le tocó, tal y como el padre lo quizó
Sucedió lo que pasa en estos eventos, cada uno tomo diferentes caminos, cada uno dispuso de lo suyo como le dió la gana: unos, siguieron el ejemplo de Don Camilo y continuaron arriando vacas, jalando el arado y haciendo quesos, otros vendieron todo y se dejaron de problemas. Pero uno de los muchachos se aficionó a las damas, la cerveza y la vida de diversión, Y como los vicios penetran como la humedad, despacio, en silencio hasta que se instalan en las profundidades del alma y sin darse cuenta lo hizo hasta que se impregnó y cada día quería más, la sed se le tornó insaciable, le quemaba la garganta y la cerveza era su único consuelo.
Para que la diversión fuera mejor, se compró una Pick Up del año, le colocó bocinas gigantes y una hielera de fibra de vidrio en la caja de la camioneta la cual siempre traía llena de hielo y de botellas de cerveza Pacifico de la que hacen en Mazatlán, Sinaloa. Para demostrar que las traía consigo, en el árbol de fronda que encontraba durante su trajinar por el pueblo, se estacionaba, abría las puertas de su troca para que la gente notara su presencia. Enseguida abría la hielera y destapaba una botella con un peine que siempre cargaba en la bolsa trasera del pantalón. Se ufanaba de la fuerza que tomaba la corcholata con el accionar del peine. Poco a poco se le iban acercando los lugareños, cosa nada difícil ya que en el pueblo abundan los "sedientos" y se iba haciendo la bola; al fin música, sombra y cerveza helada  de gollete, pues a darle vuelo a la hilacha. Ya bajo los influjos del alcohol, ya pistiado, como dicen por acá gritaba.
-"Pues ahora que tenemos el peso hay que gastalo"-
Se refería claramente a delapidar la herencia que con tanto sacrifico acumuló su padre y, ahora en su ausencia, lo podía hacer con libertad, ya que si el señor viviera; imposible. Don Camilo era un hombre sobrio, precavido, ahorrador. Pero el dinero pertenecía ahora al Amancio Ochoa, lo tenia en sus manos y se lo podía pasar por donde quisiera, incluso por el buche.
Desde luego que está manera de vivir no conduce a nada bueno, primero provocó la desatención de su familia, del ganado, de las tierras, por lo que poco a poco los ingresos vinieron a menos y sin darse cuenta rodaba hasta el fondo como lo hace un balde en el tiro de las norias; hasta el fondo. A pesar de los ruegos de su familia para que se calmara y regresara al camino del trabajo; siempre mantenía la caja de la camioneta repleta de heladas y acompañado de mujeres y de amigos.
Poco a poco fue perdiendo el brillo que da el dinero, actualmente ya no se le mira encima de la troca. Según cuentan se la puso de cachucha por allá rumbo del El Salado y con esto se apagó la música para siempre. Fue tanta su sed, que se paso la herencia por la garganta y, ahora se le ve arriba de una bicicleta, la cual lleva una caja amarrada a la parrilla ofreciendo en venta asaderas, cuajadas y quesos, de la leche que aún dan las pocas vacas que salvo la mujer de la sed insaciable del Amancio. Hoy se desplaza por las polvorientas calles del pueblo y ya no se le escucha decir:
-"Ahora que tenemos el peso hay que gastalo"-