Literario

miércoles, 1 de noviembre de 2017

El Guero Velorios



El Güero Velorios 

Llorar, llorar, tema por demás extraño de este enigmático personaje; que era de todo en el pueblo y entre otras cosas peón de albañil, cargador, vago, borracho, abre tumbas y por supuesto llorón. El mote de “Velorios” o “Funerarias” se los ganó a pulso ya que no había ceremonia luctuosa en Costa Rica en la que no asistiera, siempre acompañaba a los deudos y al difunto en turno.

Muchas  veces desconocía a los dolientes y también la vida y obra del muerto, pero esto no era limitante para que  asistiera y de paso llorar en serio. Comía bien y bebía mejor; era portador de  hambre y sed perenne, motivos suficientes para localizar los velorios del pueblo y así sin el punto fijo, el Funerarias llegaba. Su olfato era de perro para el menudo, los tamales, los frijoles puercos, los cigarros y el trago; alimentos y bebidas que en algunas ceremonias luctuosas corrían como si fuese fiesta. Esto invariablemente volvía feliz al Güero y el aroma siempre lo conducía hasta el sitio exacto.

Era de piel blanca, barba hirsuta, pelo y bigote rojizo, de frente amplia, adornada con cejas espesas y bajo éstas unos ojos expresivos color de cielo  de mirar profundo. Además le daban ataques epilépticos y por la frecuencia en que le sucedían le habían dañado el juicio, condición que explicaba los arrebatos de cólera intensa que le generábamos cuando le gritábamos “Barrabás”, al escucharnos se mostraba violento y por lo mismo peligroso.

Entre pasividad, velorios y arrebatos transcurría su vida sin nada digno de escribir a casa pero cuando acompañaba a un muerto era otra cosa; se transformaba de taciturno a cooperador y respetuoso; lloraba, lloraba  y entre el llanto y llanto se detenía por lapsos pequeños para realizar discursos casi siempre confusos. Tanto que nada tenían que ver con las actividades, ni con la moral del difunto en turno, por lo  que desconcertaba a los familiares.  Hablaba, dirigiéndose a un hombre cuando el cadáver correspondía a una mujer y viceversa, enaltecía o reclamaba hechos que imputaba al difunto sin tener razón o motivo para hacerlo,  sin siquiera reparar en ello.


A manera de justificar su presencia y el motivo del llanto; en sus letanías decía que pagaba supuestas deudas contraídas con el ahora cadáver y por lo tanto su presencia era a manera de liquidarlas. Al paso de las horas y con más alcohol en su cabeza, olvidaba lo anterior y pasaba la cuenta por sus servicios. ¡Sí, el Funerarias no lloraba gratis! Cobraba a cinco pesos la hora, y el modo de hacerlo, era por demás efectivo. Se ponía grosero e intransigente. Esto hacía que todos le pagarán por algo que no habían contratado, lo que intentaban era correrlo del lugar, que desapareciera lo más pronto posible.

Los velorios eran todo un acontecimiento social, en el cual se daban cita las familias de Costa Rica que por aquél entonces no éramos tantos y nos reuníamos casi todos. Durante la velada se repartía allá por la madrugada menudo con grano, pata y garra para reanimar el cuerpo. Además, café, cigarros y trago. Lo anterior jalaba vagos y borrachos que iban a llenarse al velorio. Así, mientras se fumaba, comía y bebía, escuchábamos los llantos y letanías del Güero, la creatividad de Chinto Mentiras con sus relatos llenos de delicia y picardía, y soportábamos las babosadas del Miguelito Borboa. Así, nos amanecia sin que nos diésemos cuenta.

Cuando los fallecimientos se daban en invierno los escuchábamos reunidos en una fogata improvisada donde los adultos bebían alcohol y los pequeños gaseosas. En verano producíamos humo para ahuyentar a los mosquitos y así continuaba la bola.

En uno de tantos, de los que fui, por supuesto allí lloraba, decía incoherencias y bebía. Alternaba sus arengas con silencios prolongados. Era noche de verano, las horas se me hacían interminables por sus letanías sin pausa y sin sentido, por los zancudos, por lo monótono del canto de los grillos y por lo  sofocante del ambiente que me había puesto de mal humor… la paciencia se me había agotado. No hallaba como terminar la velada, me parecía que el tiempo daba vueltas, que no avanzaba, como si se hubiese detenido. El calor me mantenía intenso a pesar de que  estaba entrada la noche.


De manera súbita fuimos arrancados del marasmo de aquél velorio; el Güero cesó bruscamente de llorar y volteó el rostro hacia donde nos encontrábamos los que aún velábamos a esas horas, se levantó decidido y buscó al hijo mayor del difunto. Éste se encontraba cerca de nosotros y hasta allá avanzó. Al encontrarlo, le exigió con tono enérgico y firme el pago de sus horas de llanto. Le urgía retirarse a otra ceremonia que se llevaba a cabo esa noche.

— Joel,  he llorado tres horas y la verdad es que ya me enfadé,  me quiero ir, me sales debiendo quince pesos. Así fue el encuentro del doliente que hacía las veces de líder. El huérfano entendió que no tenía que discutir, ya que al hacerlo terminaría en un escándalo y le dio un billete de a veinte pesos. Ya con este entre sus manos ásperas y sucias, lo acarició, mientras lo veía con detenimiento como acomodando sus ideas y después de un lapso que desesperaba al doliente y a todos los presentes, dijo:

— No tengo feria, y en este momento no hay donde cambiarlo y para que no sobre nada te voy a completar con un ataque. Sorprendido, el deudo trató de persuadirlo de que no llevara a cabo su propósito ya que con ello alteraría la dinámica de la ceremonia, por supuesto que no entendió y enseguida se dispuso ganarse el dinero a su manera. Al terminar de decir su intención, quedó erguido, rígido, luego lanzó un grito estridente que fue sofocado por bocanadas de espuma blanquecina que en grandes cantidades salían con dificultad por la boca, Cayó al suelo y vinieron los estremecimientos, luego las secreciones que antes eran blancas se tornaron sanguinolentas, situación que me generó incertidumbre y angustia.

Las contracturas que envolvían su cuerpo impedían que respirara libremente parecía como si el pecho no se moviera, como si lo tuviera congelado, lo anterior ocasionó que la piel blanca de la cara se tornara de un tono oscuro. Los movimientos  incontrolados  lo llevaron hacia el féretro. Apareció la posibilidad de que en una convulsión  metiera la cara en la enorme tina que estaba debajo de la caja y  contenía hielo. La tenían para que no se pudriera el muerto por lo intenso del calor. Hasta allá rodó el llorón, movió el ataúd que se soportaba por sus extremos sobre unas estructuras de fierro, pareció por momentos que la tiraría.

Lo grotesco de aquel evento revolucionó  la noche y rompió el aburrimiento en la que habíamos caído todos.  De repente nos movilizamos en torno al enfermo. Las mujeres corrían buscando alcohol, otras alcanfor para darle a oler y frotarlo. Otras lo hacían rumbo a la cocina buscando cebolla morada para partirla en trozos y dársela oler; todos gritaban intentando coordinar las acciones, se escuchaba: ¡ponle un pañuelo entre los dientes!,- ¡cuídale la cabeza que no se golpee!- ¡que no caiga a la tina!,- ¡échale aire con el sombrero!-¡desapúñanle las manos- ! mientras le frotaban la nuca con alcohol, le daban a oler alcanfor y mitades de cebolla morada poco a poco fue volviendo en si, como para demostrarse a sí mismo lo anterior, movía lentamente los brazos, piernas y cuello a voluntad, pero continuaba acostado sobre el piso de tierra.

 Después de un buen rato se sentó, tomó la cabeza entre sus manos como queriendo organizar sus ideas, permaneció sumido en un silencio. Al mucho tiempo bajo sus manos, decidió explorar su cuerpo y en el vaivén de los dedos descubre un pequeño hilo de sangre que emanaba de su frente; la tocó y se los empapó, luego los bajó lentamente hasta la altura de sus ojos y al poco rato exclamó a manera de pregunta:

— ¿Quién me corneó?

La interrogante sin cordura provocó hilaridad en los pocos que aún quedábamos. Por esto y por mucho más, cuando voy a un velorio a Costa Rica, siempre busco a Chinto, al Miguelito Borboa  y al Funerarias, aunque ya no los miro, hoy tengo la duda si alguien cobró por llorar en el velorio del Güero.

Tomado de mí libro Se Va a Saber… Dijo Barrón



                              Dr. Nicolás Avilés González


Hotel California

Nicolàs & Laura Avilès en el pueblo màgico de Todos Santos, Baja California Sur, Mèxico (2016)

Welcome to hotel California such a lovely place (Such a lovely place) such a lovely face
There`s a plenty of room at the hotel California any time of years (Any time of years)
You can find it there
Eagles

lunes, 25 de septiembre de 2017

TLC


 UN DIA COMO HOY NOS ENTREGABAN ESTE REGALO HACE YA 17 AÑOS... USTEDES JUZGUEN.


lunes, 18 de septiembre de 2017

El mercado viejo

Aùn estàn de pie algunos de tus viejos locales, pequeños puestos de madera de pino rustico que parecen desafiar al tiempo. En ellos continuan encerrados una diversidad de sonidos y olores que al pasar muchos años y regresar, disparan en mi un torrente de recuerdos. 
Ahi estàn  los ganchos herrumbrosos donde se exhibian los trozos de carne al aire libre, pedazos expuestos  al polvo y a la temperatura quemante de mi tierra desde luego que sin algùn recato sanitario.
Al caminarlo escucho de nuevo el zumbido de las moscas al levantar el vuelo, asustadas por la llegada de algùn cliente madrugador. Moscas que nublaban los establecimientos. Conservo el  extraño y desagradable siseo de estos insectos. Veo la alfombra negra de moscas muertas alrededor una cacerola del veneno rojo, tratando el comerciante eliminar aunque sea algunas ya que venian como nubes negras contra la carne. 
Abajo siempre, un tropel de perros callejeros mirando hacia los trozos sostenidos en el metal oxidado; quizà envidiando al enjambre de voladoras que si lograban chupar la sangre de los chamorros o esperando la compasiòn del carnicero y que les arrojara un pedazo cualquiera.
Resuena en mis oidos el ruido amenzante que produce el frote del  cuchillo contra la chaira de acero en busca de filo para lograr mejores cortes. Este sonido era continuo, intenso como si fuera compulsiòn del tablajero que en afan de matar el tiempo o de cautivar el oido de la mujer de los obreros que a diario hacian las compras por carecer de aparato enfriador para conservarla. Desde las cuatro de la mañana eran desfiles de comenzales buscando llevar el alimento a las mesas de Costa Rica. 
Cierro los ojos y viene a mi el colorido  abigarrado y fascinante de la diversidad de frutas, verduras que iban del amarillo hasta en verde en sus distintas tonalidades. Muchas de ellas casi frente a mi vista, colgadas en cordeles o en depositos al alcance de mis manos pequeñas cuando niño.
En estos ixtles colocaban racimos de platanos en diferentes estados de maduraciòn y por lo mismo en varias tonalidades de color, ademàs chiles anchos, hojas de maìz secas para envolver tamales. Todo lo tenia frente a mi, tan cerca estaban que si te acercabas sin precaucion podian lastimar tu vista
Todo era ofertado por comerciante, como unos  señores de apellido Leal, Modesto Zambada, Librado Nevarez, Manuel lòpez todos ellos en la variedad de càrnicos. Otros, como Manuel Parra, Beto Paredes en frutas y verduras, Chema Lara, Tulita Elenes, el guero Monarrez Chuy Reyes y Pancho Leal en abarrotes y desde luego muchos que se me escapan de momento.
Aùn rechina en mis oidos la carreta de mulas que estaba a cargo del Goyo Hidalgo y de su compadre Mayo Zambada que desde las primeras horas del dia arrastraban la carne desde el Rastro Municipal hasta los puestos de venta.
El Mercado Viejo sigue sin cambios estructurales, compuesto de tres tiras de locales colocados de manera paralela, contruidos con pino y techo de làmina de cartòn, con pasillo a lado y lado. Las columnas se extienden del oriente hacia el mar y de vecinos tienen al Billar "El Toro Manchado" y al poniente la calle de los camiones y la Refresqueria Espinoza
El piso como el de todo el pueblo y, para no desentonar era barrial puro que en tiempo de secas polvo y en lluvias lodo; Barrial que batiamos los de la comunidad con los pies calzados o otros descalzos y bien parecia champurrado. Sigue de pie esperando que lo derrumbe el tiempo
El Mercado era simplemente espectàcular por sus perros flacos, moscas, el bullicio, la calidez de su gente, sus olores, colores, sonidos todo ello lo hacìan especial  ¿Còmo olvidar todo esto?
En los mercados municipales  se muestra el rostro del pueblo, las costumbres y el folklore, por supuesto que en este lo habìa a raudales, pero del lado poniente encontrabas de màs, ya que era donde estabàn los puestos al aire libre. En ellos se vendìa gran diversidad de productos entre otros, jugos de naranja, toronja, zanahoria que muchos obreros compraban antes de entrar al Ingenio en el turno de las seis. 
Tambien habia mesas con Menudo y ahi de seguro encontrabas "amanecidos" que tras noche larga de juerga llegaban a desayunar. 
Habìa a la venta pescado, mariscos frescos, atole de pinole, churros, hot cakes, generalmente estos productos los encontrabas en tiempo de frio y, desde luego que no faltaban los merolicos ofertando medicina para las lombrices, para los callos, para el cansancio y otros remedios milagrosos por lo que no cesaban de gritar.
Las ollas de menudo eran enormes y estaban montadas en braceros que las mantenian calientes a base de carbòn de mezquite que ardìa, tanto que si te acercabas mucho recibias las chispas que de repente despide este vegetal carbonizado. El menudo lo servian con caldo y grano o con pata y garra desde luego que eran de diferentes precios, pero eso si, siempre acompañado de chile chiltepin molido, cilantro o yerbabuena al gusto. Allì atendian la Naty del Moreño, Martha Salazar que ademàs de llenarnos la panza hacian su labor social; curar crudos que no eramos pocos.
Otro puesto que adornaba de manera especial la mañana era un local semifijo contiguo al abarrote del Pelòn Monarrez y a las mesas del menudo. Este estaba adornado de garrafas de vidrio que contenian aguas frescas de diversos colores, entre otros horchata que es blanca, jamaica de color rojizo, tamarindo de color cafè, sandia, de color rosado, limòn de color verde o otros que el Popochas Càrdenas anunciaba a los comensales mañaneros de la manera siguiente
-Horchata, elaborada con hielo de Culiacàn y agua de San Josè- remataba con lo siguiente
¿Va a querer agua? lo repetia de manera compulsiva tanto que al final parecìan letanias.
Las mesas de pescado, los puestos de atole, gorditas, churros, hot cakes, jugos, aguas frescas, menudo y la disposiciòn abigarrada de las mesas, sillas, cables de corriente electrica que muchas de las veces representaba un riesgo de electrocusiòn, focos, gritos, locos, cuerdos, marihuanos, crudos, borrachos, limosneros, trampas que bajaban del tren carguero, obreros en trànsito hacia el Ingenio azucarero, Don Evaristo cobrando impuestos municipales a los venderores,  moscas y perros callejeros hacian ùnica e inolvidables esas mañanas. 
¡Te extraño mercado de mil colores, mercado de mil olores y mercado mil sabores!
Tomado de mi libro "Se va a saber... Dijo Barròn
                          Dr. Nicolàs Avilès Gonzàlez

domingo, 13 de agosto de 2017

El Tatano

                                                                     
Ingenio Rosales, viñeta realizada Francisco Lemus pintor de Costa Rica, sinaloa      


                           EL TATANO

El alias de este sujeto, el cual por sus conductas sexuales erràticas se tornò en su momento el centro de un huracàn de crìticas y de comentarios aniquilantes sobre su persona. Nunca supe si naciò en Costa Rica o llegò  de algùn lado como muchos al principio de la colonizaciòn, pero laboraba como eventual en el Ingenio Rosales.
Eventual como casi todos los retoños de los obreros de los años  sesentas, època que les tocò vivir en aquel Mèxico industrial en ciernes, donde ejèrcito de desocupados trataban por todos los medios  incorporarse en las industrias  con la ilusiòn de tomar una plaza de obrero y asì lograr  una posiciòn econòmica que les permitiera vivir de una manera màs holgada y segura por el resto de sus dìas, aquello prometìa.
Para tal fin, los casi adolescentes que jugaban a ser hombres se arremolinaban en la "Puerta" de la empresa azucarera durante los tres turnos, esperando una oportunidad de laborar. 
Ingresar tenìa dos objetivos muy claros, contaban los dìas trabajados  para la promociòn en el logro de una mejor posiciòn cuando se revisaba el historial en la Seccion 106, otro motivo  era màs inmediato, tener dinero para gastarlo con su novia el fin de semana. El pueblo tomaba un brillo especial los sàbados ya que le pagaban a los obreros y los domingos habìa con que asistir al Cine Eugenia que estaba contruido de madera y fue el primero y ùnico por mucho tiempo hasta que llegò el Èvora y despuès el Rosales al otro lado de la vìa. Otra parada frecuente eran la refresquerìa Los pinos y  Pepsi,  disfrutar un raspado o un licuado con Juvencio Hayashi y como cosa especial bailar en el club 20-30 o en el Casino  municipal. Sin faltar a una parada en la misa de siete. Todo esto era el ritual dominguero.
De lo anterior se desprende que en este momento estos jovenes no eran sostèn de ningun hogar sino soñadores que buscaban construirse un futuro. Eran aprendices de adultos . De ese grupo era el Tatano y por lo mismo le sobraba tiempo para engrosar las filas de deportistas del billar "El toro manchado" o en el del  "Sordo" o ablandaba  las bancas de concreto macizo del estadio "Alejandro Torres"que permanecian abarrotadas hubiera o no evento cultural o deportivo.
La apariencia fìsica de el Tatano era poco agraciada, dirìa que hasta desagradable,  de estatura mediana, prieto como carbòn de mezquite, nariz aplanada como la de un boxeador barato, que apenas emergìa sobre unos pòmulos abultados y todo lo anterior rematado con una boca grande de labios carnosos discretamente evertidos que se distinguìan del resto de sus rasgos por su color algo menos pronunciado. La complexiòn era gruesa y por aquellos entonces se esbozaba un pequeño abultamiento del vientre.
El aspecto no era lo ùnico feo que lo acompañaba, ademàs sus preferencias, mismas que lo llevaron a ocupar en su momento los primeros lugares de popularidad en aquella pequeña comunidad y, creemelo lo encabezò por meses y hasta pienso que años ¡En el pueblo decìan que le gustaban los varones!
Cosa que realmente no le importaba, las habladas y la carrilla se le resbalaban, al fin era sinverguenza y basta con recordar que el cìnico conoce el precio de la cosas pero ignora el valor de todo.
Cuando escuchaba comentarios chuscos que a su paso hacìan a su persona preferìa cerrar sus ojos azabaches que parecìan pequeños dado lo grande de su cara y enseguida soltaba una sonrisa fàcil y contagiosa, se asomaban unos dientes blancos brillantes.
El  cinico era ave de muchos parajes, igual se le miraba sentado en las bancas del billar y en la bardita de la estaciòn del ferrocarril y hurgando entre los furgones estacionados en las vìas alternas que esperaban ser llenados con pacas de bagazo de caña que luego serìan transportados hacia el centro del paìs para alimentar la maquinaria de las fàbricas de papel. Èstos eran imàn para los vagos que abundaban en Costa Rica. En uno de estos conveniò una cita con su pareja. 
Los andenes y los carromatos del ferrocarril eran rutina obligada  de los municipales que buscaban borrachos, marihuanos y cadàveres que con relativa frecuencia eran abandonados sobre la vìa principal para que el tren los despedazara y asi evadir las investigaciones de posible asesinato.
 Pasaban iluminando uno a uno; lo hacìan en las ruedas y hacia los vagones que estaban vacìos,  con  linternas de mano. En uno de ellos vislumbraron la silueta de dos cuerpos que estaban hasta el fondo.
Allì encontraron al Tatano y a su compañero sexual, era una de esas noches sin luna que parecen alargarse dado el marasmo que produce el intenso calor del verano que en ese momento realmente sofocaba,  ¡ahì los encontraron!
 Estaban  en el hecho cuando los sorprendieron con sus luces los municipales y enseguida lanzaron al unìsono gritos amenazantes
- ¿Què haces allì cabròn?
Este, ante la sorpresa de la fragancia, sonriò  ya que se le vieron las hileras de dientes que era lo ùnico que resaltaba en aquella obscuridad. Y haciendo alarde de agilidad de respuesta contestò
-Gracias... que bueno que me alumbraròn- Lo decìa mientras en sus labios continuaba con su sonrisa socarrona. Al mismo tiempo que sus ìndices apuntaban hacia la nuca del homosexual que doblado del torso que se continuaba con  el cuerpo del Tatano que permanecìa erguido como si fuera poste de la luz. Enseguida argumentò
-Agradezco que me afocaron, miren, miren donde està este joto cabròn-
Y continuò con el deslinde
- ¡Les doy las gracias que me aluzaron, si se tardan un poquito màs en llegar lo hubiera meado!
La sonrisa burlona que acompañaba su dicho provocò la hilaridad de los policìas que despuès de reponerse de aquella confusiòn contestaron
- Que mear, ni que chingados, bajense de ahì par de cabrones degenerados y van pa' dentro-
Enseguida se colocaron su ropa y ya con las carnes cubiertas bajaron ante la mirada de aquellos hombres de ley e inmediatamente los subieron a la "Perica". 
Ya en barandilla recogieron los pormenores del evento, despues de pagar una multa administrativa por faltas a la moral dejaron libre a la pareja. Para esos momentos en la comunidad habìa algarabìa por el suceso, recuerden que pueblo chico, infierno grande. 
La noticia cundiò por los confines de Costa Rica, el Tatano se colocò de golpe y porrazo con una popularidad que eclipsò a Don Evaristo, a Pedro Torrecillas, A Manuel el Loco, a la Cotorra y de paso a todos los personajes que polulaban en las calles de tierra de mi pueblo.
Desde ese momento donde irrumpìa su figura grotesca la gente gritaba- -¡Aguas, aguas!
Mientras algùn otro advertìa-
-¡Ahì viene el Tatano, nalgas a la pared!
La respuesta de cìnico era siempre una sonrisa y desde entonces se hizo popular esta letania
-¡Aguas, ahì viene el Tatano, nalgas a la pared!
* Tomado de mi libro "Se va a saber...Dijo Barròn"
                         
                                  Dr. Nicolàs Avilès Gonzàlez