Literario

jueves, 5 de abril de 2012




       LA HERENCIA DE DON CAMILO OCHOA

Un día de tantos se murió Camilo Ochoa, se fue aunque nunca lo quiso, ya ve como es eso de la muerte casi siempre sucede aunque uno no la espere, se da en el momento en que menos uno quiere. Era un hombre fuerte, forjado en el arado, entre las espinas del campo y los terribles calores del verano en sinaloa. De dedico a eso; a la crianza de ganado y al de su familia y el día que menos penso se lo llevó la muerte. Antes estuvó cerca pero nunca lo alcanzó; la canícula en nuestro Estado juega malas bromas, y a veces te va la vida, la gente nunca se repone del todo de desgaste físico y de las mortandades de ganado por la sequia, aún así, por la tenacidad siguen adelante esperando siempre tiempos mejores.
Camilo se pasaba arriando el ganado, buscando veneros por la calurosa campiña sinaloense. Superó mortandades de ganado y en el último estiaje casi le cuesta quedarse sin ellas. Dicen que desde allí le empezó la malaria. Era tesonero en eso del trabajo, es por eso que no pensaba en la muerte y por su manera de trabajar sin descanso y de cuidar los dineros le permitieron soportar todas las borrascas económicas y llego a ser un hombre acaudalado.
Condujó con firmeza al ganado y a su familia para que fueran hombres de bien y para que le ayudaran les enseñó las labores del campo. fueron ellos los que vinieron a aliviarle la carga que hay en un rancho ganadero.
Desde pequeños puso obligaciones a cada uno de ellos, a los grandes el arado y  a los pequeños pastorear el ganado y además a vender leche, queso, requesón y cuajadas que hacían las delicias en las loncheras de los obreros del ingenio azucarero.
El tiempo transcurría e irremediablemente Don Camilo se hacia cada vez más viejo, perdía la fuerza que siempre le caracterizo y, cuando se le vinieron los años encima fue abandonando una a una las faenas para ceder el control a sus hijos mayores.
No paso mucho tiempo cuando aquel hombre de piedra ya no salio de su recámara y en los últimos meses antes de su muerte se la paso encerrado, realmente se sentía enfermo y, cuando se dio cuenta que la cosa era grave reunió a sus hijos y desde su lecho de enfermo les repartió de palabra los bienes que con tanto esfuerzo había construidó, después hizo traer al Notario y lo firmó
En la mañana que falleció hacia un calor especial, a lo lejos se veía que se elevaban los revervedeos del sol hacia el cielo y dificilmente podías sostener la mirada ya que por lo intenso te encandilaba. Había escasos tordos y cantaban algunas tórtolas que no se espantaban con el calor infame por lo que continuaban con su interminable Cu,Cu, Cu. No hubo sorpresa, lo esperaban, siempre tuvo la precaución de no ser injusto con ninguno, lo partió todo en casi partes iguales. Los quería a todos de la misma manera. El velorio y el entierro fue como todos, no hubo nada  especial; llantos, lamentos, resignacion, café, cigarros y Menudo caliente por la noche, el día siguiente el entierro y los novenarios. Pasando estas ceremonias se reunieron los cinco hijos de Don Camilo ante Notario, cada uno tomó posesión oficial de la parte que le tocó, tal y como el padre lo quizó
Sucedió lo que pasa en estos eventos, cada uno tomo diferentes caminos, cada uno dispuso de lo suyo como le dió la gana: unos, siguieron el ejemplo de Don Camilo y continuaron arriando vacas, jalando el arado y haciendo quesos, otros vendieron todo y se dejaron de problemas. Pero uno de los muchachos se aficionó a las damas, la cerveza y la vida de diversión, Y como los vicios penetran como la humedad, despacio, en silencio hasta que se instalan en las profundidades del alma y sin darse cuenta lo hizo hasta que se impregnó y cada día quería más, la sed se le tornó insaciable, le quemaba la garganta y la cerveza era su único consuelo.
Para que la diversión fuera mejor, se compró una Pick Up del año, le colocó bocinas gigantes y una hielera de fibra de vidrio en la caja de la camioneta la cual siempre traía llena de hielo y de botellas de cerveza Pacifico de la que hacen en Mazatlán, Sinaloa. Para demostrar que las traía consigo, en el árbol de fronda que encontraba durante su trajinar por el pueblo, se estacionaba, abría las puertas de su troca para que la gente notara su presencia. Enseguida abría la hielera y destapaba una botella con un peine que siempre cargaba en la bolsa trasera del pantalón. Se ufanaba de la fuerza que tomaba la corcholata con el accionar del peine. Poco a poco se le iban acercando los lugareños, cosa nada difícil ya que en el pueblo abundan los "sedientos" y se iba haciendo la bola; al fin música, sombra y cerveza helada  de gollete, pues a darle vuelo a la hilacha. Ya bajo los influjos del alcohol, ya pistiado, como dicen por acá gritaba.
-"Pues ahora que tenemos el peso hay que gastalo"-
Se refería claramente a delapidar la herencia que con tanto sacrifico acumuló su padre y, ahora en su ausencia, lo podía hacer con libertad, ya que si el señor viviera; imposible. Don Camilo era un hombre sobrio, precavido, ahorrador. Pero el dinero pertenecía ahora al Amancio Ochoa, lo tenia en sus manos y se lo podía pasar por donde quisiera, incluso por el buche.
Desde luego que está manera de vivir no conduce a nada bueno, primero provocó la desatención de su familia, del ganado, de las tierras, por lo que poco a poco los ingresos vinieron a menos y sin darse cuenta rodaba hasta el fondo como lo hace un balde en el tiro de las norias; hasta el fondo. A pesar de los ruegos de su familia para que se calmara y regresara al camino del trabajo; siempre mantenía la caja de la camioneta repleta de heladas y acompañado de mujeres y de amigos.
Poco a poco fue perdiendo el brillo que da el dinero, actualmente ya no se le mira encima de la troca. Según cuentan se la puso de cachucha por allá rumbo del El Salado y con esto se apagó la música para siempre. Fue tanta su sed, que se paso la herencia por la garganta y, ahora se le ve arriba de una bicicleta, la cual lleva una caja amarrada a la parrilla ofreciendo en venta asaderas, cuajadas y quesos, de la leche que aún dan las pocas vacas que salvo la mujer de la sed insaciable del Amancio. Hoy se desplaza por las polvorientas calles del pueblo y ya no se le escucha decir:
-"Ahora que tenemos el peso hay que gastalo"-

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