Mientras cenaba escogí un lugarcito, y desde allí, vagabundeaba mi vista por el cuarto, y al llegar a la esquina opuesta de la que me encontraba noté que la cama no estaba. Todo el espacio lo ocupaba la caja que permanecía en el centro sostenida por sillas de lianas. En la otra esquina estaba el madero donde los gañanes por las tardes, cuelgan los arreos de las yuntas, la silla de montar, el bule para el agua; todo esto, además de nosotros acompañábamos al finado.
Después de repasar lo anterior, mi vista de nuevo se dirigió a donde había estado la cama, al darme cuenta de lo anterior sentí un extraño frio que estremeció mi cuerpo; creo que al no mirarla todo me pareció vacío y dudé si esa nada era únicamente porqué ésta no se encontraba o era el hueco que dejo el angelito al irse al cielo.
Lo anterior me generó nauseas y malestar por lo que decidí salir del cuarto; necesitaba respirar aire fresco; fuera, al hacerlo sentí la necesidad de un trago de agua por lo que me dirigí hacia el fondo del patio donde sabia que se encontraba la noria. Quería sacar agua, quería mitigar mi sed. Y cuando estuve en el brocal lancé al vacío el balde que. Viajó rápido y solo se detuvo hasta que tocó el paño del agua en el fondo, al hacer el contacto escuché un ruido sordo.
Después se hundió y me di cuenta que estaba lleno ya que el mecate se deslizó con fuerza entre mis manos, lo sujete e inicié el ascenso, mientras lo hacía no cesaba de chirriar la polea, y lo hizo hasta que lo tomé de nuevo en mis manos.
Lo empiné en mi boca con premura y aunque intenté que no se derramara, me baño desde el pecho hasta mis piernas, sin embargo me sentí reconfortado. El agua al pasar por mi galillo tenia sabor a tierra fresca, un sabor dulzón- salobre; cuando hube saciado mi sed, arrojé el resto.
Después de beber me mantuve largo tiempo en el brocal conmigo mismo, creo que por eso, los pensamientos me brotaban, se me sucedían uno tras otro, no me dejaban estar sosegado. Todos eran acerca de la muerte, quizá para mis adentros quería encontrar un porqué, hasta esa noche aún no asimilaba que la muerte es tan solo eso; la muerte.
Dr. Nicolás Avilés González
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