Literario

martes, 30 de abril de 2013



  
 
La mañana en Culiacán era tibia, el rugir de los automotores aún no era ensordecedor permitía escuchar el trino de algunas aves que posaban en los árboles que estaban alrededor, me invadió una sensación de espiritualidad. Apenas había terminado de salir de casa para realizar mis actividades cotidianas, quería empezar temprano en lo que prometía ser un excelente día.
 Súbitamente todo cambió,  escuché varias detonaciones que sonaron muy cerca de donde me encontraba, mis músculos se tensaron y apareció un vuelco en mi corazón que se preparó para la huida.
Lo  metálico del sonido llamó poderosamente mi atención, tanto que jaló mi cara hacia el sitio de procedencia de los disparos, al hacerlo alcancé a distinguir un auto compacto rojo  que se alejaba vertiginosamente de mi casa, llevando en su interior a varios mozalbetes que reían y gritaban festejando su fechoría.
Siempre había escuchado  que cuando un proyectil penetra la carne se siente caliente, aparece humedad y al poco tiempo viene el dolor.
Me incorporé del lugar donde me guarecí para no ser lesionado, fue hasta entonces que algo taladró como una puñalada en el lado izquierdo de mi espalda quizá  porque aflojé el cuerpo, luego llegó una sensación de humedad que impregnó el lino de mi camisa.
La reacción natural e inmediata de esta clase de catástrofes es comprobar si algo vulneró  nuestra humanidad; toqué el sitio de impacto y sentí húmeda la tela  ¡ Me dieron! pensé, bajé rápidamente mis brazos para examinar el contenido de  mis dedos y lo que miraron mis ojos me llenó de confusión ¡el líquido era de color rosa mexicano! me regresó el dolor del omóplato. Entonces comprendí, ¡era Gotcha! fue como volver a nacer.
 
                                Dr. Nicolás Avilés González
                                          nicolasavilesgonzalez@hotmail.com
 
 

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