Manuel El loco
Estaba Manuel ya entrado en años cuando se volvió loco, dicen que la causa fue que perdió una fortuna considerable que lo empujo desde el mineral de Guadalupe de los Reyes en Cósala al Costa Rica de las Ilusiones en el municipio de Culiacán. Ésta entre muchas, trajeron a todos los del pueblo ¡vivir mejor! y así cuerdos y locos todos caminabamos por las mismas calles, sólo que Manuel lo hacia de diversas maneras. Algunas con traje y corbata y otras descalzo y con el torso desnudo.
Estos episodios al principio se alternaban poco, pero con el paso del tiempo se fueron haciendo frecuentes los segundos, por lo que las más de las veces se le veía descalzo y sin camisa. El tema de su locura; la guerra fría, tenia la incertidumbre de ser secuestrado por los sovieticos.
La mayor parte del tiempo se mantenía sumido en silencios profundos, en ocasiones se tornaba ruidoso y agresivo, justo cuando le gritábamos: ¡Manuel El loco!, ¡Manuel El loco!...No le gustaba aunque su estado mental era evidente.
Les voy a contar una vez que decidimos hacerlo entrar en un episodio de furia, Le jugamos una mala pasada. Fuimos hasta los estanquillos de madera de pino que estaban frente al edificio de la Sección 106, casi pegados a la casa de Don Nacho Aguiar, el dueño de uno de los molinos de nixtamal que había en el pueblo. Esa tarde el loco dormía placidamente junto al Taller de bicicletas de Chago Niebla y, le arrimarnos papeles a sus pies y les prendimos fuego. No tardó mucho en hacer su efecto la lumbre; el loco se levantó de un brinco y, buscaba en su mente confusa algo que le dijera lo que le había pasado, abría los ojos desmezuradamente tratando de encontrar algún culpable.
Al hacerlo denotaba sorpresa, mirada que luego se transformó en rabia y, esta era tanta que sus ojos despedían un brillo parecido a las llamas de la fogata que minutos antes lo había despertado. En su búsqueda desesperada de respuestas, nos ubicó dada nuestra algarabía, por lo que enseguida se abalanzó hacia los que de manera frenética le gritábamos ¡Manuel El loco! ¡Manuel El loco!. Corrimos en desbandada y él detrás. Para dificultar el propósito de atraparnos, optamos por abrirnos en abanico, cada quien con su suerte y por su rumbo.
Me escondí bajo los lavaderos públicos, aquellos que estaban por la misma calle del Sindicato cerca de los chumilcos, casi frente a la casa donde vivían Doña Elena y El Chino Moncayo; aquélla de techo cubierto con láminas de cartón y muros de enjarre de lodo, la misma donde por temporadas hacían "limpias", curaciones chamanicas, leían la baraja española y el tarot y por las noches jugábamos lotería.
Bajo uno de estos permanecí todo el tiempo mientras el loco rondo buscándonos. Desde allí escuché los gruñidos de rabia que lanzaba el orate tratando de encontrar a los vagos que le habían jugado tan mala broma, al mucho rato y, después de no encontrar a nadie suspendió la búsqueda.
Cuando me aseguré que ya no estaba cerca decidí salir de mi escondite, de los lavaderos donde muchas veces nade en la pila que estaba en medio de ambas filas y escuché de boca de las mujeres de los obreros los chismes que andaban en aquellos entonces, mitoteaban mientras lavaban la ropa.
Al hacerlo lo divisé caminando rumbo al Sindicato, después de este desagradable episodio regresó a sus delirios, a sus silencios mismos los que se pasaba días y noches enteras. Uno de tantos se marchó, seguramente sin rumbo dado lo extraviado de su cabeza o quizá si se lo llevaron los rusos y nunca me di cuenta. Jamás regresó al Costa Rica de las Ilusiones
Dr. Nicolás Avilés González
Bonita historia y me imagino que te quedan los recuerdos de tu niñez haciendo enojar a Manuel, como siempre hay alguien tipico en cada pueblo o ciudad. Felicidades escribes muy bien.
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