Mi primer encuentro con Lupita La novia de culiacán fue alguna de las pocas veces que mi padre me llevó a esa ciudad, estaba con el antebrazo derecho fracturado por lo que la visita obligada a un médico en esta localidad. Y aunque Costa Rica está cerca, parecía que estaba al otro lado del mundo, ya que entonces había problemas con la posibilidad de que coincidieran los tiempos con el trabajo de mi padre y muy poco dinero para hacerlo. Esta vez no había de otra y se hizo el esfuerzo.
El taxi en el que nos desplazábamos circulaba por la única avenida que cruza de norte a sur la ciudad, recuerdo pocos autos y que se encontraba despejada. El semáforo marcó luz roja justo frente a la catedral erigida en honor a San Miguel Arcángel, de pronto atraviesa frente a mis ojos una imagen fantasmagorica, era una mujer vestida de novia con ojos color miel, sobre su cabeza un velo de tul blanco que dejaba ver su cara huesuda, las cejas y la boca intensamente maquillada. Aquello fue terrible para mi como niño, de momento creí que era un fantasma, un ánima en pena; me dio miedo. seguramente el taxista notó el tamaño de mis ojos ante la sorpresa, y me dijo- No tenga miedo Mi'jo, es la Lupita La novia de Culiacán. Mucho tiempo resonó en mis oídos "Lupita La novia de Culiacán".
Guadalupe Leyva Flores, caminaba a diario por las calles del centro en el viejo Culiacán portando su hermoso traje de novia. La encontrabas en la "Casa Grande", en "Almacenes Garcia", en la calle Hidalgo, en la Ángel Flores y en el pórtico de Catedral. No pocas veces la escuché gritar con voz en cuello solicitando una entrevista con el señor obispo, para que sirviera de intermediario entre ella y el Papa, con el objeto de revelarle el encargo que recibió de la virgen de Guadalupe para recuperar el tesoro de la Divina Providencia. Lo pedía con un a voz aguda. chillante tanto que taladraba mis oídos; la más de las veces emitía sonidos guturales inenteligibles y después se sumía en silencios prolongados.
Cuando pasaba por la calle Hidalgo frente al edificio donde cursaba mi bachillerato la tomaba del brazo y caminaba desde la calle Andrade y pidiendome a gritos- suéltame, suéltame- intentaba zafarse de mi brazo adolescente, ahí, en la calle Paliza lograba soltarse. La invitaba a que fuéramos a casarnos. Después avanzaba hacia catedral.
A esas horas se notaba fresca ya que sólo llevaba caminando dos cuadras desde el Hospital del Carmen que era su residencia.
La gente murmuraba que se había enloquecido ya que le mataron al novio al entrar a Catedral. Contaban que fue un tal Ernesto que era su enamorado eterno desde la adolescencia y nunca se lo confesó. El día que Jesús le pidió matrimonio y ella aceptó fue a comunicarle la buena nueva al amigo. Este no pudo ocultar su desasosiego por tan infausta noticia y enseguida se atrevió a decirle los sentimientos que guardaba para con ella. Lupita le contestó que el amor que sentía por él era el mismo que se siente por un hermano. Y que ya había dado su palabra y que además lo invitaba como padrino de bodas, cosa que el joven aceptó de mala gana.
Pronto llegó la fecha de la ceremonia nupcial. En la puerta de Catedral la esperaban Ernesto y Jesús y muchos invitados, instantes después llegó Lupita acompañada de un séquito de amigos y familiares, venía vestida de blanco y se miraba preciosa. Al ver a Jesús esperándola en el quicio del Portón de Catedral se abalanzó hacia él y se fundió en un abrazo que selló con un apasionado beso en la boca. Los ojos de Ernesto despedían fuego; los celos y la rabia lo dominaron y de entre sus ropas sacó un revolver y sin más lo vació en el cuerpo de su amigo. Jesús cayó al suelo y al poco tiempo murió en brazos de su prometida. Viendo ésta escena de ternura, Ernesto no aguantó más, sus celos lo cegaron, e inmediatamente elevó su pistola pegándose un balazo en la cabeza muriendo al instante, su cuerpo cayó al lado de sus amigos. Lupita perdió el juicio y así a partir de ese momento trágico soportó vestida de novia durante más de treinta años el sofocante calor de los veranos en Sinaloa. Lo hizo hasta su muerte el 12 de mayo de 1982.
Ahora parece que camina por las calles del centro de culiacán, que en prolongados soliloquios platica con su novio y que aún ora por el tesoro de la Divina Providencia en el pórtico de la Catedral de Culiacán
Dr. Nicolás Avilés González